
Si el catorce de febrero se celebra el día del amor universal, entonces me sobran razones para festejar. Gozo del amor de mis hijos, de mi madre, de mis amigas y del mío propio por esta vida que construyo día por día. Si tengo que brindar por el otro, por el amor de a dos, ese que se te clava en el centro del pecho, en la entrepierna y en el alma con la misma intensidad, entonces me declaro, por este año, ausente de tal conmemoración. Hoy estoy huérfana de aquel sentimiento que ha visitado mi existencia un par y media de veces, dejando tras su paso una huella indeleble de colores, matices y no menos considerables aprendisajes. Me confieso cobarde a la hora de volver a intentarlo, he cerrado la puerta de entrada principal a mis sentimientos, a pesar de tener abierta más de alguna ventana. Hoy sé que los sapos con capa y espada siguen siendo sapos, que el amor está a la vuelta de la otra esquina y que si bien quisiera pertenecer a los muchos que se besarán el 14 de a dos, esta vez voy por la celebración espiritual, el amor divino, el amor a mi misma, a quienes amo y me aman cada día al desayunar, al producir y al caminar.
Para todos ellos que me acompañan, feliz día y enormes corazones.
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