

Me he construído muchos, grandes, pequeños, en la playa, en el bosque, en mis sueños, despierta, caminando, riendo y llorando. Siempre depositándolos en las nubes de mi fértil imaginación donde germinan mis deseos no cumplidos. Alto, bien alto allá en el mundo de érase una vez los he habitado con ilusiones y fantasías conviviendo por igual en un gran baile danzado al compás de mis melodías favoritas. Entre sus coloridas paredes se cumplen todos mis sueños, soy amada por quien amo y tengo un hada que con varita mágica sana las pocas penas que se cuelan por las fisuras de mi fábula. En mi castillo no existen los miedos, los desamores, los fracasos ni desengaños. Estoy rodeada de amor eterno. Soy una reina de corazones.
Todo bien, hasta que se derrumban. Se acaba la historia del feliz amor y me saco la mierda en caída libre, un rayo de realidad destroza la nube y el castillo se viene abajo, el príncipe se vuelve un sapo, el hada una bruja y el amor eterno se viste de miedo, egoísmo, cobardía y desengaño..... otra vez la misma historia sin final de cuentos y me pregunto ¿Cuando chuchas voy a aprender?
La lección es simple y clara aunque no la quiera integrar, no existen las hadas ni los príncipes encantados, sólo castillos en el aire que tarde o temprano caen en una tormenta de las expectativas aguadas.
Sólo una cosa permanece: La torre donde me encuentro cautiva y en lugar de un enamorado que me cuide y protega, me resguarda un despiadado carcelero, dueño de mi sangre y mis sueños.
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